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La castañera





Manuela y las Castañeras de Madrid: Tradición y Vida en las Calles de la Capital

En las frías esquinas de Madrid, desde Sol hasta la plaza de Ópera, y de Preciados hasta Embajadores, las castañeras, como Manuela, emergen con el primer frío del invierno, ofreciendo más que castañas asadas: ofrecen una experiencia que es una ventana a la tradición y al corazón de la vida madrileña.

Manuela: Un Icono de la Tradición Madrileña

Manuela, inmortalizada por Carlos Frontaura [1] en su relato publicado en "La Gran Vía" el 7 de enero de 1894 [2] [2a] (Te expongo el fragmento más abajo), es una figura que encarna el espíritu de las castañeras de Madrid. Describida como "madrileña de pura raza", Manuela no solo destaca por su belleza sino también por su carácter fuerte y su habilidad para sobrevivir y prosperar en las difíciles condiciones de la época.

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Grabado de una castañera en la plaza de San Ildefonso

Indumentaria y Apariencia de Manuela y las Castañeras

Las castañeras, vestidas para combatir el frío invierno madrileño, se envuelven en:

  1. Vestidos de Tartán y Pañolones de Muletón: Estos vestidos y chales gruesos son típicos de la indumentaria de las mujeres trabajadoras de Madrid. El tartán, con su tejido resistente, y el muletón, por su capacidad para mantener el calor, son perfectos para quienes pasan horas al aire libre.
  2. Tocas de Lana: Cubriendo sus cabezas, las tocadas protegen del frío y son una parte esencial de su vestuario, mostrando la funcionalidad y la estética popular de la época.
  3. Delantales Resistentes: Usados para proteger su ropa de las brasas y las chispas, estos delantales son símbolos de su trabajo arduo y constante.

Jerarquías entre Castañeras: De la Tradición al Texto de Bretón de los Herreros

Según Manuel Bretón de los Herreros [3] en "Los españoles pintados por sí mismos" (1851) [4], las castañeras no solo difieren en sus técnicas de venta, sino también en la jerarquía social y la organización de su comercio:

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La Gran Vía Núm. 74.- La Castañera. - Dibujo de Banda

Instrumentos de Trabajo: El Corazón de su Oficio

Manuela y las castañeras utilizan varios instrumentos que son clave en su labor diaria:

  1. El Brasero o Nafre: Este asador, fundamental en el trabajo de la castañera, es donde se asan las castañas a la perfección, utilizando carbón o leña para calentar el hierro o cobre del brasero.
  2. Cucuruchos de Papel: Utilizados para servir las castañas, estos cucuruchos son un detalle pintoresco y práctico de la venta callejera, manteniendo las castañas calientes y listas para el consumo.
  3. Tenazas: Esenciales para manejar las castañas calientes y distribuirlas sin quemarse, las tenazas son una extensión de sus hábiles manos en el trabajo diario.
Castañera de Madrid, dibujada por Doré en 1862.
Castañera de Madrid, grabado por Doré en 1862.

La Experiencia Sensorial: Más Allá del Sabor

Las castañeras no solo venden castañas; venden una experiencia completa que captura los sentidos:

Manuela y las Castañeras: Portadoras de Historia y Tradición

Manuela, como muchas castañeras de su época, es más que una vendedora de castañas. Es una portadora de historia, una figura que enlaza generaciones y mantiene viva la cultura madrileña. Su figura en la literatura y en las calles no solo refleja la vida cotidiana, sino también el espíritu indomable de las mujeres madrileñas que, con cada castaña vendida, tejen la narrativa de una ciudad rica en tradiciones y en historias. Esta representación se encuentra también en la obra del dramaturgo español Ramón de la Cruz (1731-1794), [5] "Las castañeras picadas", [6] que captura con viveza la esencia y el carácter de estas mujeres emblemáticas.

La rica historia y la significancia cultural de las castañeras en Madrid están bien documentadas, incluyendo el artículo "La castañera: Estigma del invierno y figura representativa del belén madrileño" en la revista Madrid Histórico, que describe su papel emblemático en el belén y su impacto en la cultura popular madrileña.

Cada detalle, desde la indumentaria hasta los instrumentos de trabajo, y cada aroma que escapa de sus braseros, invita a todos a redescubrir y celebrar las raíces y el corazón de Madrid.

Madrid Histórico  Núm. 102.- La Castañera: Estigma del invierno
Madrid Histórico Núm. 102.- La Castañera: Estigma del invierno [8]

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Imagina tener una figura que no solo representa la rica tradición madrileña, sino que también cuenta historias de resiliencia y comunidad. La castañera, como Manuela, es más que un simple adorno; es un símbolo de la vida y el espíritu indomable de Madrid.

Mi escultura de la castañera está meticulosamente diseñada para capturar cada detalle de su indumentaria tradicional y su dedicación en el oficio. Desde el vestido de tartán hasta el brasero de hierro, cada elemento está elaborado con precisión para ofrecerte una pieza única que no solo formará parte indispensable de tu belén castizo o galdosiano, sino que también puede embellecer cualquier espacio en tu hogar, sirviendo como una escultura que evoca la esencia de la cultura madrileña.

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Bretón de los Herreros, M. (1851). Los españoles pintados por sí mismos (Vol. 1, pp. 9-12).

“  ... Volviendo á las Castañeras, observo entre ellas varias graduaciones, ó llámense gerarquias, que conviene deslindar para dar á Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César; que hay Castañeras á quienes humillaría el trato con otras menos calificadas. En primer lugar, aunque todas tratan en castañas, unas las cuecen y otras las asan : en segundo lugar, unas asan las castañas así, y otras las asan.... asado : en tercer lugar, hay Castañeras de esquina, Castañeras de portal y Castañeras de taberna. Las Castañeras cocidas...., quiero decir, las Castañeras que cuecen, son las últimas en categoría y como el populacho de la comunidad; tanto por la vida nómada y aperreada que llevan, porque generalmente no tienen puesto fijo, cuanto por ser menos codiciada su mercancía y muy escaso el capital que emplean en ella. La misma olla, con honores de cántaro en que cuecen las castañas, sirve de almacén para guardarlas y de mostrador para venderlas. El anís con que las sazonan vale poco, el carbón que para ello consumen no vale mucho, y el agua que gastan , si la toman del pilón de la mas cercana fuente, corno es probable, no cuesta nada. Por lo mismo, suelen dedicarse á este subalterno tráfico muchachuelas de poco pelo y mal pelaje, ó viejas deterioradas, cuyo calor natural no basta á reemplazar el de las castañas cuando lo pierden por la influencia de la atmósfera, por mas que abracen y acaricien con materno amor el yerto receptáculo.

Las Castañeras que asan, ya son gente de otra estola. Suele ser su comercio, aunque algunas lo ejercen de ab inito, decente jubilación de una carrera mas activa relacionada en cierto modo con la de San. Gerónimo,particularmente en el espacio que media desde el que fue convento de padres de la Victoria, hasta el que lo ha sido de madres de Pinto.

Es de presumir que en este invierno crezca cosiderablemente el número de operarías de dicha procedencia, merced á las visitas domiciliarias y pesquisas callejeras verificadas poco ha por órden de la autoridad superior política ; medida cuya constilucionalidad podrá ser disputable, y cuyos efectos llegarían á ser funestos ó las libertades públicas y al derecho de propiedad, si se repitiese y generalizase demasiado ; pero á la cual debemos por de pronto la ventaja de tener mas espedito y menos peligroso el tránsito de la calle del Principe , la plazuela de Santa Ana, é islas adyacentes. Pero á los que no somos gefes políticos, ni celadores municipales, ni periodistas , no nos incumbe inquirir y rastrear vidas agenas. Por otra parte, agua pasada no muele molino; la Magdalena mas pecadora puede ser con el tiempo modelo de austera santidad; y en resolución, cualesquiera que hayan sido los precedentes de una Castañera , por lo que es debemos juzgarla, no por lo que haya sido.

Una Castañera de la especie que voy describiendo ha menestér para serlo dignamente gastar algunos duros en proveerse de los siguientes utensilios : una mesa con su cajón correspondiente, una vasija sui generis, un anafe ú hornilla portátil, un cañon de hoja de lata que de salida al humo sin molestia de la protagonista y de los transeúntes, un fuelle, unas tenazas para escarbar la lumbre (estas pueden suplirse ron los dedos); un cuchillo para hacer en cada castaña la incisión con que se facilita después la separación de la cáscara; una manta, ó parte de ella, para abrigar la ya tostada mercadería; una espuerta bien provista de carbón, un tarro lleno de sal, aunque algunas pueden suplirla con la mucha que Dios les ha dado; una silla para la maestra; á veces un cobertizo , que á ella y á su hacienda resguarde de la intemperie ; y ademas de todo esto, y de algún otro adminiculo que puede habérseme olvidado, tiene que pagar á la Villa la licencia para vender, y acaso á algún casero despiadado ó á algún tabernero sin entrañas, el alquiler del reducido terreno en que pone su tinglado. Es, pues, evidente que, siquiera bajo este aspecto, son las Castañeras mujeres que tienen que perder. Consideremos también que su vida sedentaria y afanosa, la publicidad de sus funciones, lo incombustibles que llegan á hacerse á fuerza de familiarizarse con el fuego, á lo mucho que perjudican á sus gracias personales y á los primores de su toilette los desacatos del humo y las insolencias del carbón, son otras tantas garantías de ejemplar conducta propia, y otros tantos preservativos contra los estímulos de la agena concupiscencia. Sin embargo, como nunca falta un roto para un descosido, y de gustos no hay nada escrito, y los hay que merecen palos, las Castañeras que no son casadas, y tal vez algunas que lo son, suelen tener un chulo que liquide en la taberna los productos de las productos de las castañas. Lo malo es que á medida que estos en general se aumentan, se disminuyen en particular, porque las tiendas y las ambulancias de este artículo de comercio , no comprendido en la tabla de aranceles, se multiplican prodigiosamente, y ya no solo hay Castañeras, sino Castañeros también.

¡ Si; Castañeros! ¡Tanto es el egoísmo del hombre, y de tal suerte ha venido á menos la galantería española , que usurpamos al bello sexo hasta el ejercicio de las tranquilas y delicadas labores análogas á su tierna complexión y blandas costumbres! ¿Que es ver á un tagarote holgazán manejando el fuelle afeminado en vez de la ruda piqueta?.... Pero, ¿quien sabe si alguno de esos desventurados pertenecerá á las clases pasivas?.... !!!

Y los castañeros son sin duda los que, por pereza ó por economía, han sustituido la prosaica cacerola, ó sartén sin mango, al poético cantarillo agujereado del siglo de oro castañeril —¡sacrilegos!— y los que han suprimido el elegante tubo que reprimía y daba conveniente dirección al humo, hoy tan licencioso é idisciplinado.—¡Vándalos!.... Pero no faltan respetables matronas que, fieles á las buenas tradiciones del arte,mantienen y alimentan con loable perseverancia el fuego sagrado. Estas heroínas contumaces, que constituyen la aristocrácia del oficio, tienen éstablecido por lo regular su despacho á las puertas de las tabernas. Bien saben ellas lo que se hacen, como veteranas que son. ¿Hay aliciente mas poderoso para el vino que las castañas? Con solo verlas en las ascuas se codicia el zumo de la vid, y aun por eso dijo, dos siglos ha, mi paisano Villegas:

  Al son de las castañas
  Que rallan en el fuego,
  Hecha vino, muchacho,
  Beba Lesbia y juguemos.
  

Hay; en efecto, manjares que convidan mas que otros á beber, tales como la salchicha, el abadejo, la tarángana, la sardina.... pero si grato con ellos, con las castañas es indispensable el vino, so pena de morir estrangulado..., ó de beber agua; que para muchos hombres de bien es el mayor de los suplicios. Aquella sustancia seca, farinácea, de difícil y laboriosa deglución, pide vino con urgencia, y de ahí viene sin duda el dicho vulgar: dijo la castaña al vino bien venido seas, amigo.

Razones de amor propio, ademas del atractivo de la ganancia , aconsejan á las Castañeras el situarse en los peristilos de los templos de Baco, que si los devotos apetecen solamente las castañas cuando entran, tal vez cuando salen apetecen.... la Castañera.

Ni siempre vegeta pasiva y sedentaria al amor de la lumbre y al cuidado de su hacienda; que en las horas de menos despacho suele dejar á cargo de alguna comadre, ó de algún compadre, su portátil mostrador para visitar el de la taberna acreditando con frecuentes libaciones de Yepes ó de Valdepeñas no ser indiferente al fervoroso culto que allí se tributa al numen de Anacreonte. Ya se ve; sus miembros se entumecen de estar tantas horas encogidos; su ganóte se seca de tanto gritar : ¡gordales, seis al cuarto! ¡Que se arrematan? ¿Cuántas, que queman? y es preciso poner alguna vez los huesos de punta y remojar la palabra. Por otra parte, si algún cachirulo la camela con medio chico en la derecha y pellizcándose con la izquierda el labio inferior, ella, que no es mujer de negarse á casos de honra, ¿ como ha de resistir á un brindis tan macareno? Tratándose de ceñar copas entre gente de caliá, una mujer de su aquel nunca se escusa de echar su cuarto á espúas. Cuando se la convida con mal modo, ó se toma algún endino libertades prévias y extrajudiciales, le confirma de lo lindo con las tenazas; pero sabe también, en ocasiones, ser agradecida y campechana , y si algún majo llevó su galantería mas allá de lo que su bolsillo permite y su crédito consiente, ¡aparte uste! le dice, ¡desgalichao! y plantando sobre el aparador un peso duro, exclama con gentil desenfado y mucha de la fanfarria: ó semos o no semos; donde yo estoy no paga naide.

Amen de estos agradables episodios, la Castañera1 de taberna pasa una vida hasta cierto punto envidiable. Su tenducho es una especie de tertulia que frecuentan y amenizan con sus chistes y agudezas los criados de la vecindad, los simones desocupados, los comparsas de los teatros, y los mozos de cordel. Allí se deletrea y se comenta el papel que ha salido nuevo con noticia de las potencias extrangeras que los ciegos han recibido por extraordinario. Ella pescuda, y husmea , y analiza á las mil maravillas la crónica escandalosa de la manzana , y puede dar razón de lo que pasa en ella tanto quizá como el memorialista de enfrente ó el zapatero de la esquina, y desde luego mucho mas y mejor que el alcalde del barrio. Es mujer de pro, que egerce en su distrito cierta jurisdicción moral; y manejando á su arbitrio las pasiones de escalera abajo y los afectos de portal afuera, asi promueve una camorra como la apacigua , según el humor que viene ; ó para expresarlo en términos mas castizos, según se lo pide el cuerpo. Sarcástica y dedecidora, el chisme es su comidilla y la sutira su regodeo ; pero sabe soltar sus pullas con tanto disimulo como oportunidad , y hasta las palabras con que pregona su mercancía suelen ser otras tantas indirectas del padre Cobos. Así, por ejemplo, si con sus guiños y ventaneos, y ceceos y tapujos dan que decir las hijas de la escribana, apenas las ve salir de casa las mira con el rabillo del ojo, y canta en octava mayor: ¡ Ahora salen las calientes!

Manuel Bretón de los Herreros.


“   LAS ESQUINAS DE MADRID

(BOCETOS POPULARES)

I.

Es curioso el estudio de las esquinas de Madrid, y el observador que tiene poco que hacer y ningún miedo á las pulmonías, puede pasar entretenido en ese estudio algunos ratos. Lo recomiendo á los cesantes, que son los más desocupados entre los vecinos de Madrid.

Hoy haremos conocimiento con Manuela, la castañera, que hace tres años ocupa desde Todos los Santos hasta fin de Marzo una esquina próxima á la plaza de San Ildefonso, siendo conocidísima en todo el barrio, donde tiene su reputación muy bien sentada. Como guapa, es muy guapa; madrileña de pura raza; si estuviera vestida como las señoras de nuestra hig-ltfe, pasaría, sin dificultad, por una dama de gran fuste; pero con el vestido de tartán, el pañolón de muletón muy traído y el de lana á la cabeza, Manuela no puede parecer más que lo que es: una mujer del pueblo, muy trabajadora y muy echada pa alante, como dicen sus admiradores.

Antes de consagrarse á la honesta ocupación de asar castañas, Manuela, huérfana de padre y madre, fue gala del barrio de Embajadores, y una de las más distinguidas alumnas de la Fábrica de Tabacos, donde aun estaría si no hubiera sido porque fue despedida con intimación de no volver. Y, en efecto, no ha vuelto ni siquiera á aquel barrio. Pero no se crea que salió de la Fábrica por alguna cosa mala. Salió sencillamente porque supo que una compañera le ponía buena cara á un hombre de quien por aquel tiempo estaba ella prendada; que en esto del amor la mujer más fuerte, y lo era mucho Manuela, tiene que declararse vencida cuando le llega el cuarto de hora, y una tarde preguntó á la otra, en buenos términos y con todo comedimiento, si no se había enterado de que aquel hombre estaba comprometido con ella, cosa que todo el barrio sabía. Hubo de contestar la otra con frases irónicas, que una señora como la Manuela no puede oir sin que se le rebote la, sangre, y oir la Manuela la respuesta y agarrar del moño á la otra, y emprender con ella á mordiscos y guantas, fue todo uno, arrojándola al suelo con unas fuerzas superiores, y aplicándola, en medio del taller, la azotaina más solemne de que hay memoria en aquel populoso barrio. Vinieron las celadoras, el Director de la Fábrica, los guardias del Orden, y á todos los calentó á bofetadas la intrépida Manuela, que en aquel día acreditó su bravura por modo tan singular, venciendo no sólo á su aborrecida rival, sino á tres ó cuatro hombres con más barbas que San Antón.

Eso sí, tres semanas por buenas composturas, como ella dice, cuando cuenta su proeza, estuvo en la cárcel de su sexo, y hasta quince duros como quince soles la comieron los curiales, mal provecho les hayan hecho: pero el caso fue, que la compañera de la Fábrica no voívió á mirar á la cara siquiera al hombre por quien se interesaba la Manuela, y este afortunado mortal, que la cogió miedo, desapareció de la noche á la mañana, vendiéndose para la Habana el muy collonazo, y así se curó del amor la Manuela, que no se merecía ciertamente un ser tan mísero y pusilánime que le coge miedo á una señora, sólo porque ésta tiene la mano dura, y lo mismo azota á otra señora que deshace la cara á bofetada limpia al hombrón más forzudo que se le ponga delante.

Desde entonces la Manuela mira con soberano desdén á las mujeres y á los hombres. Ella dice con mucha gracia y sin ninguna vergüenza, el concepto que le merecen ellas y ellos, y si ustedes lo quieren saber, no tienen más que ir á preguntárselo, que la mujer no se muerde la lengua, y de franca se pasa.

— ¿Cuántas? ¡ Calentitas I ¿Cuántas? ...

— ¡Eh! ¡muchachas! ¡Ahora salen las calientes!...

—¡Calentitas! ¡que queman! ¡las calentitas!...

Estos son los gritos con que llama repetidamente al público, ofreciendo su sabrosa mercancía. Tiene muchos parroquianos y no pocos pretendientes; pero ella, con una virtud ejemplar, rechaza toda proposición amorosa.

—¡Estoy muy desengaña!—exclama con cierta ironía amarga, y añade, para acentuar más el estado de su ánimo en cosas de amor:—«¡A mí no me la pega ningún chato! ¡Los hombres! ¡Puaf! ¡ Qué asco de hombres!»

Cuando llega Abril la Manuela se coge los bártulos de asar castañas, y trueca este comercio por el de naranjas y limones, y más adelante vende espárragos de Aranjuez, piñones tostados, bellotas dulces y otros géneros de fácil salida.

Ya ha tenido en el tiempo que lleva en el barrio de Maravillas varios altercados, triunfando siempre materialmente, pero viéndose obligada á presentarse en el Juzgado municipal y sufriendo condena, y ya dice ella que pronto tendrá que irse del barrio, y ya sabe por qué; porque al señor Remigio, el de los betunes, llamado así porque es uno de los primeros limpiabotas ambulantes del reino, le tiene que tirar ella, á fe de Manuela, las tenazas á la cabeza, porque el tal señor siempre anda diciendo si ella tuvo ó no tuvo con el que se fue á la Habana, y con otros, y como ella es una mujer de mucha conduta, eso no se lo pasa ella ni al lucero del alba que se metiera á chismoso y la quisiera poner en redículo. Seguramente que el mejor día leeremos en los periódicos que al señor Remigio, el de los betunes, le ha abierto la cabeza una castañera, porque la Manuela cuando ofrece pagar algo, es posible que no cumpla la oferta, pero cuando ofrece pegar á alguien, primero faltará el sol al día que ella á su palabra.

Referencias: